sábado, marzo 31, 2007

Dulces caseros.

Sebastián comía con verdadera devoción aquella pasta de bollería casera… le recordaba al sabor y a aquel abanico de olores de la infancia… subido de rodillas encima de la silla de madera y esparto, con la cabeza apoyándola en la mano… allí en la cálida cocina de la casa grande entre sus abuelos. Las paredes eran de un azul que no había visto nuca y que nunca más volvería a ver… solía experimentar, en el sótano ventilado, para conseguir aquel tono de azul que tanto le recordaba a todos los días de en el caserío.
Ahora no sabía donde estaba, ni lo que hacía allí….suponía que pasar los días hasta que lo mataran o que lo liberaran del secuestro en su caserío. Tres pistoleros entraron como elefantes en una cacharrería .
A Sebastián le tocaba vivir con aquellos tres caracteres diferentes….él que siempre había disfrutado con la soledad del caserío.; después de varias semanas de cautiverio clásico empezaron a comportarse como huéspedes prepotentes, como invitados dóciles, como amables compañeros, como amigos y casi como personas inspiradas en alguna doctrina que se libra del dogmatismo más férreo…Sebastián empezó a salir y a volver a disfrutar de todo, sin fronteras… Al cabo de pocos días se acercó un policía, alto y de mirada esquiva, preguntó por tres personas a las que buscaban por alterar el orden en una calle frente a la sede del gobierno…después de muchos días de búsqueda los rastros les llevaban allí. Sebastián escuchó, dio media vuelta sobre sus talones y gritando tres nombres inventados preguntó a sus agitadores amigos.
El policía se despidió no sin antes degustar un buen vaso de leche recién ordeñada y una casera pasta de bollería. Otra vez el olor le recordó a Sebastián los consejos hospitalarios de sus abuelos.

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